Y si los niveles de popularidad de la Corona están por los suelos, se ha sumado un escándalo más: la princesa Letizia también ha sido blanco de cizaña. Primero, salió un libro llamado Letizia Ortiz: una republicana en la corte del rey Juan Carlos I, del autor catalán Isidre Cunill, donde hablaba de cómo había desligado sus trompas de Falopio para tener hijos.
Luego se publicó otro libro peor proveniente de su propio seno familiar: Adiós, princesa, en el que su primo hermano David Rocasolano lanzó una acusación en forma de libro con documentos que prueban que abortó, además de otras intimidades que ocultó la princesa mientras este fue su abogado.
Ambas publicaciones han cuestionado el pasado de Letizia, como si ser divorciada o decidir sobre su cuerpo fuera delito. La maltratada princesa es la tercera persona más popular de la familia real, luego de su marido y la reina, según la Encuesta Metrocospia utilizada frecuentemente por el diario El País.
Al parecer, su condición "desigual" u oprimida de mujer sufre en silencio, como lo hizo su suegra y como lo hacen sus hijas, a las que protege en exceso de la observancia mediática a la que están expuestas, lo que hace que su pueblo simpatice con ella, mientras que Felipe pierde reflectores cada vez más.
La Corona es un producto
Y eso solo es lo que le pasa a la familia real, porque España se desmorona como país. La tasa de desempleo ha aumentado hasta el 25 por ciento, los jóvenes de entre 25 y 35 años son los más afectados y han preferido emigrar.
Un movimiento llamado #NoNosVamosNosEchan, difundido en redes sociales, demuestra que el nuevo exilio de españoles a México ha llegado por esta causa. Además, los pensionados no tienen dinero, la clase media no puede pagar las hipotecas ni los préstamos bancarios, y los ancianos prefieren suicidarse porque los despojan de sus casas y sus bienes.
Para los países en los que no tenemos monarquía es inexplicable pensar que, además de los gobernantes cuyos sueldos salen de los impuestos, haya que mantener una monarquía con impuestos y partidas gubernamentales; pero la abolición no es una opción racional para las naciones democratizadas. El antropólogo e historiador
Carlos Rodríguez lo explica claramente al decir que es una cuestión de identidad: "Son pueblos enraizados en las coronas; su historia, sus triunfos, sus tierras, sus colonias y sus decadencias van de la mano de estos. Antes no había presidentes, sino reyes. Estos fueron los que forjaron a sus naciones; están en su ADN. No tener monarquía es perder identidad, dignidad; perder historia. No es tan fácil deshacerse de una monarquía milenaria", define el especialista.
De hecho, de acuerdo con el libro Las monarquías como marcas, de los mercadólogos Braddford, Urle, Greyser y Balmer, la realeza "debe tratarse como el producto estrella de una empresa; "hay que trabajar en posicionamiento y comunicación; por eso, se trabajó mucho en la imagen del príncipe Felipe, para ponerlo por encima de su padre como el producto principal de la Monarquía", señalan.
Claro que para que la marca funcione, se necesita no solo el apoyo de la tienda o distribuidor (el gobierno o parlamento), sino también del cliente (el pueblo): "y cuando uno de los dos apoyos básicos cae en picada, hay que hacer control de daños, pero sobre todo, recuperar al mercado". La clientela joven de la monarquía española es la más difícil de recuperar: no nacieron en la Transición y no tienen recuerdos de su rey como un héroe.